*de poéticas que se cruzan

febrero 28, 2012


La espada del sol


El reflejo se forma en el mar cuando el sol cae: desde el horizonte se estira hasta la costa una mancha deslumbrante, hecha de muchos centelleos ondulantes; entre centelleo y centelleo, el azul opaco del mar oscurece su red. Las barcas blancas a contraluz se vuelven negras, pierden consistencia y extensión, como consumidas por ese resplandor moteado.
Es la hora en que el señor Palomar, hombre tardío, toma su baño vespertino. Entra en el agua, se aparta de la orilla, y el reflejo del sol se convierte en una espada centelleante en el agua que desde el horizonte se alarga hasta alcanzarlo. El señor Palomar nada en la espada, o mejor dicho, la espada sigue estando siempre delante de él, a cada brazada suya se retrae y no se deja alcanzar nunca. Donde quiera que estire los brazos, el mar cobra su opaco color vespertino, que se extiende hasta la orilla, a sus espaldas.
Mientras el sol baja hacia el crepúsculo, el reflejo blanco incandescentese va coloreando de oro y cobre. Y por más que el señor Palomar se desplace, continúa siendo el vértice de aquel agudo triángulo dorado; la espada lo sigue, señalándolo como la aguja de un reloj cuyo perno es el sol.
(...)


[Italo Calvino. Fragmento de
Palomar. Ediciones Siruela]

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